sábado, 7 de marzo de 2009


Pero cuando la mano de Edward se curvó hasta adoptar la forma de mi rostro como acero cubierto de raso, el deseo corrió por mis venas resecas, cantando desde el cráneo hasta las puntas de los dedos de mis pies.
Él arqueó una ceja perfecta, esperando a que dijera algo.
Yo arrojé los brazos en torno a su cuerpo. […]
- Te amo –le dije, pero sonó como si lo hubiera cantado.
- Como yo a ti –contestó él.
Tomó mi rostro entre las manos e inclinó el suyo hacia el mío, con la lentitud suficiente para recordarme que debía tener cuidado. Me besó, con la suavidad de un suspiro al principio y después con una fuerza repentina, con fiereza.

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